07/02/2022 Lunes quinto (Mc 6, 53-56)
- Angel Santesteban
- 6 feb 2022
- 2 Min. de lectura
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron.
Han estado en tierra pagana donde, con unos pocos panes y peces, Jesús ha dado de comer a una multitud. Ahora vuelven a Galilea.
Apenas desembarcaron…, comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que Él estaba.
Llama la atención la cantidad de enfermos que encontramos con tanta frecuencia en torno a Jesús. Claro que, si miramos bien a nuestro alrededor, no nos sorprendemos tanto. Porque, mirando bien, vemos que también nosotros vivimos rodeados por personas que sufren postradas en diversos tipos de camillas: soledades, adicciones, desesperanzas, depresiones, crisis matrimoniales… ¡Cuánto sufrimiento oculto!
Jesús no curó a todos los enfermos de Galilea. Tampoco prometió a quienes curó que no volverían a caer enfermos. La enfermedad y el sufrimiento forman parte de nuestra naturaleza.
Le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto, y los que lo tocaban se curaban.
Jesús comunica salud. Incluso cuando no es consciente de ello. Basta con que quien se le acerque así lo crea. Cuando cura conscientemente, a veces se limita a cumplir los deseos de quien lo pide: Hágase en vosotros según vuestra fe (Mt 9, 29). A veces va más allá de lo solicitado y comienza a sanar lo interior de la persona: ¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados (Mt 9, 2).
Cuando enfermamos nosotros, el milagro primero de la fe será es el de enseñarnos a vivir la enfermedad. No basta con soportarla; debemos buscarle un sentido. Como nos dice Pablo: Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo que es la Iglesia (Col 1, 24).
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