Vuestro padre Abrahán disfrutaba esperando ver mi día; lo vio y se alegró.
Este lenguaje es comprensible solamente para quienes sabemos que el morir es solo morir, y que el morir se acaba. Lo sabemos por nuestra fe en quien es Evangelio, Buena Noticia, Jesús de Nazaret. Él es la Vida; Él ha vencido a la muerte: ¿Dónde queda, oh muerte, tu victoria? (1 Cor 15, 55). Quien comprende este lenguaje sabe de alegría. Quien no lo comprende porque no cree en la Vida, no sabe de alegría; malvive en un valle de lágrimas bajo la amenaza de la condenación. Los agraciados con el don de la fe en la Vida estamos llamados a hacer de esta fe un atractivo imán para quienes viven inmersos en sombras de tristeza. La vida que Dios nos prepara no es un sencillo embellecimiento de esta vida actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia (Papa Francisco).
Abrahán disfrutaba esperando ver mi día. Todo está orientada hacia Jesús: el Antiguo Testamento y la creación entera: Todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 17). La nueva tierra prometida ya no es la de Canaán, sino el nuevo reino de Dios: Esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia (2 P 3, 13).
Os lo aseguro, antes de que Abrahán existiera, Yo Soy.
Así de rotundo es el lenguaje de Jesús ante la autoridad judía. Yo Soy es el nombre que Dios se da a sí mismo ante Moisés desde la zarza ardiendo (Ex 3, 14). Y nosotros confesamos que este hombre de carne y hueso, el hijo del carpintero de Nazaret, es verdaderamente el Yo Soy.
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