07/03/2022 Lunes 1º de Cuaresma (Mt 25, 31-46)
- Angel Santesteban
- 6 mar 2022
- 2 Min. de lectura
En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.
De la presencia eucarística de Jesús decimos que es presencia real. ¿Será que otras presencias de Jesús no son reales? Una presencia que no es real, no es presencia. Jesús se identifica con el pan eucarístico como se identifica con uno de estos hermanos míos más pequeños. Es más, quiere que, primero, le veneremos y sirvamos en ellos; luego seremos bienvenidos para venerarle y servirle ante un sagrario. Debemos aprender a vivir el sacramento del hermano con la misma intensidad con que vivimos el sacramento del altar. Si queremos parecernos a Dios, tenemos que ser, ante todo, compasivos.
Esta parábola del Juicio Final está dirigida a todas las naciones. También aquí, como en la del Buen Samaritano, lo religioso brilla por su ausencia. Lo decisivo de nuestra vida no es la religión; lo que complace al Señor es la ayuda al que sufre, al necesitado. Bien cantamos lo de: Al atardecer de la vida, me examinarán del amor. Pero, ¡atención al amor! Porque podría quedarse en una bonita palabra o en unos bonitos sentimientos. No seremos examinados de un amor abstracto o romántico, sino de unas obras muy concretas. Hay creyentes que nos sorprenderemos al constatar que hemos vivido la fe sin haber descubierto que a Jesús se le encuentra en el necesitado; como hay no creyentes que se sorprenderán al descubrir que han vivido complaciendo a Dios por su entrega a los demás.
Esta parábola del Juicio Final debería incomodarnos siempre. Sería muy mala señal si, después de escucharla, nos quedamos tranquilos. Significaría que buscamos a Jesús donde a nosotros nos place, no donde le place a Él.
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