Entonces se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos mientras que tus discípulos no ayunan?
A los discípulos de Juan Bautista les parece poco serio el estilo de vida de Jesús y sus discípulos. Y se lo recriminan. ¿Por qué, como buenos judíos, no se mantienen fieles a los ayunos establecidos por la ley y la tradición?
Para ellos el valor del ayuno comienza y acaba en sí mismo. Ayunando cumplen la ley; es suficiente. No conectan el ayuno con el amor a Dios y a los prójimos. Para ellos la religión es algo muy serio por tratarse de una ardua conquista. Para Jesús, la religión es algo muy alegre porque el Reino se nos da gratuitamente y debemos disfrutarlo agradecidos: ¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos?
Jesús disfruta provocando a los celosos cumplidores de las tradiciones. Prefiere el ayuno que tiene poco que ver con el estómago: ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas…, compartir tu pan con el hambriento…, y no despreocuparte de tu hermano (Is 56, 5-7).
Preguntémonos cómo son nuestros ayunos y cuáles sus motivaciones. Hoy en día los gimnasios se multiplican. Somos más conscientes que en el pasado de la necesidad del ejercicio físico y del ayuno para mantenernos en forma. El Papa Francisco nos invita a ayunar pensando en el espíritu: Que el ayuno sea una gimnasia espiritual para renunciar con alegría a lo que es superfluo y nos sobrecarga, para ser interiormente más libres y volver a lo que realmente somos. Que sea un encuentro con el Padre, y fomente la compasión y la solidaridad.
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