Jesús tomó el vinagre y dijo: Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu.
En este Señor nuestro crucificado se nos revela el inimaginable e infinito amor de Dios. Es la suprema manifestación de su gloria. El discípulo amado que estaba al pie de la cruz, así lo dice al principio de su Evangelio: Nosotros hemos contemplado su gloria (Jn 1, 14). La cruz que es escándalo para los judíos y necedad para los griegos, es para nosotros fuerza y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 23).
En la celebración litúrgica de hoy nos acercamos a la cruz para adorar al Crucificado. ¿Con qué sentimientos lo hacemos? Podemos acercarnos al Crucificado y mirarle con estos ojos del cuerpo; entonces vemos la sangre y las llagas, y lloramos lágrimas de pena ante tanto sufrimiento y lloramos también lágrimas de arrepentimiento por nuestros pecados.
Pero podemos acercarnos a la cruz para adorar al Crucificado y mirarle con los ojos de la fe. Entonces vemos en el Crucificado el amor de Dios llevado hasta el extremo: el extremo de la cruz. Y entonces lloramos sí; pero serán lágrimas de gozo y agradecimiento. Así mira al Crucificado una creyente actual que dice: El Viernes Santo es para mí día de fiesta… Me vestiré de novia y me pondré mi cruz de brillantes al cuello… Es el día más locamente hermoso que puede existir en el año… Me amó y se entregó por mí… Me ha curado; me ha sanado; me ha liberado. Y de una vez para siempre. Así mira también al Crucificado santa Teresa de Lisieux. Ella escribe que la contemplación del Crucificado la hace llorar de gozo y de agradecimiento.
Las últimas palabras de Jesús antes de morir son: Todo se ha cumplido. El Papa Francisco comenta: Qué bello será que todos nosotros, al final de nuestra vida, con nuestros errores, pecados, también con nuestras buenas obras y con nuestro amor al prójimo, podamos decir al Padre como Jesús: Todo se ha cumplido.
Comments