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07/04/2024 Domingo 2º de Pascua (Jn 20, 19-31)

Tomás, uno de los Doce llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.

Muere Jesús, y el grupo de seguidores comienza a desintegrase. Todos son presa de la decepción y del desengaño. Es un  estado de ánimo bien descrito por los de Emaús: Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel (Lc 24, 21). Jesús no puede permitir que el grupo de los suyos se desmorone: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16, 18). Con los dos discípulos de Emaús Jesús interviene de inmediato para devolverlos a la comunidad. Con Tomás, Jesús se toma su tiempo: a los ocho días.

Tomás es un discípulo especial: apasionado, terco, analítico, creído… Por ser, o por creer ser más inteligente que los otros, se permite ejercer de jefe: Vayamos también nosotros… (Jn 11, 16). Siendo especial, necesita una intervención quirúrgica especial a corazón abierto; una intervencion que implante en él la humildad y le facilite vivir libre de afanes de protagonismo.

A los ocho días, en medio de todos ellos, Jesús llama a Tomás: Mete aquí el dedo…; y no seas incrédulo sino creyente. ¿Quizá pensamos que Jesús está siendo cruel con Tomás y que habría sido más delicado hablarle aparte, en privado, para evitarle la humillación? La cruz, si no es cruel, no es cruz; comenzando por la del mismo Jesús. Contemplando a fondo la escena, veremos que Jesús está demostrando gran condescendencia y gran ternura hacia Tomás. De este encuentro, con su fuerte dosis de humillación y confusión, nace el nuevo Tomás. Tanto que de sus labios brota la confesión más sublime del Evangelio: Señor mío y Dios mío.

El gesto de Jesús con Tomás es una gran lección. Jesús pone en práctica lo que había ordenado al paralítico: Toma tu camilla y vete a tu casa (Mc 2, 11). Todos los creyentes estamos llamados a ejercer el ministerio de la reconciliación y de la sanación. Que nuestras camillas, nuestras heridas, frescas como las de Jesús, sean bálsamo de salud y bienestar para muchas almas heridas.

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