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07/06/2021 Lunes 10 t.o. (Mt 5, 1-12)

Al ver a la multitud, subió al monte. Se sentó y se le acercaron los discípulos. Tomó la palabra y los instruyó en estos términos: Dichosos los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece.

Dichosos. Jesús comienza el sermón de la montaña repitiendo hasta nueve veces esta palabra. Las Bienaventuranzas han de ser escuchadas con los ojos puestos en Jesús, porque son un retrato suyo. Son el camino de la fidelidad y de la felicidad; el mismo camino recorrido por Jesús. Son también la expresión del anhelo de ser sencillos y humildes como Él. Son una súplica con la que pedimos saber llorar y saber dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia (Papa Francisco).

Dichosos. En el fondo de las Bienaventuranzas apreciamos la solicitud de Dios por los más desventurados: Dichosos los pobres de corazón. Dichosos nosotros cuando nos sentimos extremadamente pobres. Como dice Pablo, precisamente entonces, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte. Por eso seguiré gloriándome de mis flaquezas para que habite en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9-10). Hay que trascender lo que sentimos. Hay que vivir desde la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2, 20).

Dichosos. Las Bienaventuranzas son el pregón con el que Jesús abre su vida pública; en ellas resume su vida y su mensaje. Son una meta que parece inalcanzable, pero hacia la que el Señor nos va conduciendo poco a poco. No está en nuestra mano alcanzarla. Al fin y al cabo todo, también la santidad y la salvación, es cosa de Dios y no de hombres. Vivamos el gozo de lo ya recorrido, más que la tristeza de lo que falta por recorrer.

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