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07/07/2021 Miércoles 14 (Mt 10, 1-7)

Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles…

Doce fueron las tribus del pueblo de la antigua alianza, y doce son los pilares de la alianza nueva y eterna, sellada con mi sangre (Lc 22, 20). La verdad es que los doce elegidos no ofrecen muchas garantías. La mayoría son pescadores sin formación alguna. Uno pertenece al detestado gremio de los cobradores de impuestos o publicanos. Otro simpatiza con la guerrilla que lucha contra el poder colonial romano. Otro traiciona a Jesús. Todos, al final, le fallarán: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mc 14, 27).

Pero todos, poco a poco, van absorbiendo el mensaje y el estilo de vida de Jesús. Todos, poco a poco, van relativizando la religión de la ley. Todos, poco a poco, van descubriendo el nuevo rostro de Dios, el Dios de la misericordia y de la gratuidad.

Jesús eligió a Doce. A partir de entonces y mediante los sacramentos y la imposición de manos, los Doce se han multiplicado. Todos los creyentes pertenecemos al grupo de los Doce. Así es cómo el testimonio del Crucificado-Resucitado resuena en todos los rincones del mundo.

Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.

Está más que cerca, porque ya ha llegado y está entre nosotros. Es lo que los creyentes estamos supuestos a transmitir, con el testimonio de vida más que con la palabra. Una vida abundante en luz, en serenidad, en esperanza. Sin negatividad, sin acidez, sin pesimismos. La misión del creyente está bien sintetizada en las palabras de la Madre en Caná: No tienen vino.

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