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07/07/2022 Jueves 14 (Mt 10, 7-15)

Y de camino proclamad que el reinado de Dios está cerca.

Proclamad. Es mucho más que leer lo que otros han escrito o decir lo aprendido de memoria. Se proclama con gozo lo que mucho se aprecia y se lleva muy dentro en el corazón. No es necesario expresarlo con palabras. Una flor proclama elocuentemente la Belleza en silencio; le basta ser vista. Los creyentes proclamamos la grandiosidad de la fe, como las flores, con la sola presencia. Conocemos bien el significado de las palabras del Señor: A vosotros se os concede conocer los secretos del reinado de Dios, pero a ellos no se les concede (Mt 13, 11). Conocemos, como san Pablo, el amor del Mesías que supera todo conocimiento, y así nos llenamos del todo de la plenitud de Dios (Ef 3, 19).

Claro que encontramos creyentes que no disfrutan de su fe y adoptan actitudes negativas ante la situación de la Iglesia o de la sociedad. Cristianos fervorosos que, por ejemplo, viendo cómo nuestros templos van quedando vacíos, dicen: Algo hemos hecho mal para que esto suceda. Se trata de una forma de incredulidad. Quien esto proclama es un incrédulo porque, de hecho, está proclamando que tampoco el Señor hizo las cosas bien. Con todas sus palabras y milagros consiguió unos resultados demasiado pobres.

No llevéis en el cinturón oro ni plata ni cobre.

Como nos cuesta asumir estas palabras, con frecuencia las ignoramos. Y ponemos mucho énfasis en los medios para la propagación del Evangelio. Tenemos que tener claro que los medios primordiales del creyente para la proclamación del Evangelio se llaman alegría y libertad; la alegría y la libertad de quien, sabiéndose amado, vive como hijo de Abbá y como hermano de todo ser humano.

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