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07/10/2021 Nuestra Señora del Rosario (Lc 11, 5-13)

Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle.

Impresiona la habilidad de Jesús para hacer de una trivialidad cotidiana una emocionante lección sobre la actitud fundamental en la vida. Si aquel señor se hubiese quedado sin pan para cenar, habría preferido pasar hambre antes que molestar al amigo a medianoche. Pero ante la intempestiva visita, se ve obligado a hacerlo. Una buena amistad sirve también para obtener favores, especialmente para otros.

Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.

Jesús no congenia con personas pasivas, timoratas, resignadas, como el criado que escondió en tierra el talento. Jesús congenia con quienes están convencidos del interés del Padre por dar a sus hijos lo que pidan. Quien así pide, ya obtuvo lo pedido. Dice Teresa de Ávila, si la petición va algo torcida, él la endereza para más bien nuestro. Dice Jesús: Todo cuanto pidáis, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis (Mc 11, 24).

Teresa definió la oración como trato de amistad. La amistad, uno de los rostros del amor, no es algo intermitente o esporádico. La fidelidad de la amistad lo abarca todo en el espacio y en el tiempo. Así llegamos a vivir en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rm 8, 21). En esto ha alcanzado el amor la plenitud en nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio. No cabe temor en el amor; antes bien, el amor expulsa el temor, porque el temor entraña castigo. Quien teme no ha alcanzado la plenitud en el amor (1 Jn 4, 17-19).

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