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07/12/2020 San Ambrosio (Lc 5, 17-26)

En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo, para ponerle delante de Él.

En la curación del paralítico vemos cómo la salvación de Jesús afecta a toda la persona, no solamente al cuerpo. Es más, Jesús, que comienza perdonando los pecados, nos dice cómo una vida realmente saludable comienza por la buena salud del espíritu.

Unos hombres. Vemos también en esta curación la importancia de la intercesión; vemos lo importante que es mi fe para la salvación de los demás, comenzando por los más cercanos.

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: ¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?

Los judíos conseguían el perdón en el templo con ofrendas y sacrificios. Jesús no necesita requisitos para perdonar. Solamente la fe; aunque sea solamente la de los amigos del paralítico. ¿No habremos complicado demasiado los requisitos para recibir el perdón en una buena confesión? ¿No llegamos a creer que nos merecemos el perdón con nuestros empeños en lugar de recibirlo como don gratuito? ¿Cómo respondería a estas preguntas el paralítico y tantos otros a quienes Jesús perdonó?

A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

En el escriba y fariseo de ayer y hoy, destacan la rigidez y la insensibilidad características del celoso guardián de la ley y de la tradición. Creen conocer a Dios, pero lo niegan con sus prácticas reacias a la misericordia. Jesús, más allá de la mirada sospechosa y controladora de quienes detentan el poder, reacciona con reconocimiento y compasión ante la necesidad del enfermo, contando con él en su propio proceso de liberación. ¿De qué parálisis necesitamos liberarnos hoy? (Papa Francisco).

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