Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.
El cansancio del alma es más pesado, mucho más pesado, que el del cuerpo. Puede deberse a tantas cosas: viejas heridas que llevamos en el corazón; la tristeza que, a veces sin saber por qué, nos priva de la luz y del sentido de la vida; las tensiones en las relaciones interpersonales… ¡Tantas cosas! Jesús nos invita a acercarnos a Él en toda situación penosa: La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (Papa Francisco).
Para vivir descansados necesitamos algo más que unas vacaciones. Es bueno desconectar durante unos días, pero no es suficiente. El mejor y más duradero descanso brota de la fe-confianza en el Dios-Amor: Me mantengo en paz y silencio, como niño en el regazo materno (Salmo 131, 2).
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso para vuestras almas.
Jesús no promete liberarnos del yugo. No puede hacerlo, porque quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga (Mt 16, 24). Sí que promete aliviar el peso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Quienes seguimos los pasos de Jesús, encontramos este alivio adentrándonos, de la mano del sufrimiento, en lo profundo del misterio de salvación de la cruz. Se trata de abrazar la cruz. Pero no una cruz vacía, sino una cruz ocupada por el Crucificado.
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