08/02/2022 Martes quinto (Mc 7, 1-13)
- Angel Santesteban
- 7 feb 2022
- 2 Min. de lectura
Bien profetizó de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
Las personas infectadas por el virus del espíritu fariseo, como san Pablo antes de su conversión, están convencidas de ser hombres y mujeres de Dios; lo suyo es la observancia escrupulosa de leyes y tradiciones. Jesús no lo ve así; lo suyo, lo de Jesús, es cumplir la voluntad de Dios obedeciendo al mandamiento del amor hacia todos los hijos e hijas de Dios. Para Él, la persona humana ocupa el centro de la religión.
Hipócritas es una palabra que muchas veces Jesús repite a la gente rígida. Detrás de la rigidez hay algo oculto en la vida de una persona. En efecto, la rigidez no es un don de Dios; la mansedumbre sí; la bondad sí; la benevolencia sí; el perdón sí; ¡pero la rigidez no! (Papa Francisco).
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Hasta en seis ocasiones aparece la palabra tradición en el Evangelio de hoy. Los tradicionalistas consideran una traición el abandono de cosas del pasado. Lo hacen con la mejor voluntad. Pero no entienden que esa es la manera más eficaz de cerrar las puertas a las llamadas y sorpresas del Señor. Por eso, no vale eso de hacer cosas porque siempre se han hecho así. Sí que vale hacer cosas desde un discernimiento siempre actualizado iluminado por la Palabra de Dios.
Las tradiciones y costumbres son buenas cuando me ayudan a vivir el mandamiento del amor. No nos preocupemos tanto por preservar el pasado; preocupémonos por actualizar el proyecto de Dios, siempre viejo y siempre nuevo, en nuestro mundo.
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