08/03/2025 Sábado después de Ceniza (Lc 5, 27-32)
- Angel Santesteban
- 7 mar
- 2 Min. de lectura
Al salir vio a un publicano llamado Leví, sentado junto a la mesa de recaudación de los impuestos.
Lucas y Marcos le llaman Leví. En Mateo es Mateo. Marcos y Mateo dicen que Jesús le llama al pasar; como una ocurrencia del momento. Eso sí, los tres Evangelistas coinciden en que Leví está sentado en el despacho de los impuestos, embebido en su negocio; ni siquiera levanta la mirada para ver pasar a Jesús. Jesús sí que levanta los ojos; ve a Mateo y le da una orden.
Le dijo: Sígueme. Dejándolo todo, se levantó y le siguió.
¿No habría sido más delicado entrar en el despacho de Mateo, saludarle y preguntarle qué le parecería dejarlo todo para convertirse en seguidor suyo? Al fin y al cabo el hombre es libre y no es conveniente forzar o imponer la propia voluntad. Pero es que la omnipotencia de Dios consiste precisamente en eso: en mover los corazones de los humanos para que den su sí con total libertad.
Los fariseos y letrados murmuraban y preguntaban a los discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?
Ayer eran los discípulos del Bautista, grupo religioso admirado por su disciplina y austeridad; se quejaban de la poca seriedad de Jesús con los ayunos. Hoy son los fariseos, representantes de la religión oficial; se escandalizan viendo a Jesús sentado a la mesa con los más indeseables de la sociedad. A todos ellos les costaba, como nos cuesta a todos, acoger lo que es rechazado por el instinto, la razón, o la religión natural. Jesús invita a todos a sentarse a su mesa, comenzando por los más miserables.
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