Ellos, por su parte, contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo le habían reconocido al partir el pan.
El Evangelio de hoy comienza con la frase final del de ayer. Cleofás y el otro, de noche y a toda prisa, regresan a Jerusalén. Al llegar, encuentran a sus amigos alborotados, comentando y discutiendo sobre la aparición de Jesús a Simón. Cleofás y el otro, por su parte, comparten lo sucedido en el camino de Emaús. El camino de Emaús se convierte en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor (Papa Francisco).
Como si fuéramos una cámara oculta, observamos al grupo de discípulos. Están excitados. Unos, entusiasmados, cuentan su experiencia; otros, sorprendidos y escépticos, escuchan con avidez. Es cosa buena y saludable compartir las experiencias de fe. Para esto, la mejor palestra es la Lectio Divina: leer y comentar juntos lo que nos dice la Palabra de Dios. La comunidad es un espacio fundamental para descubrir al Señor resucitado.
La paz esté con vosotros.
Ahora se les aparece a todos juntos. Pero les invade el miedo. Piensan que se trata de un fantasma. Jesús, con paciencia y dándose tiempo, se dedica a poner claridad en sus ojos: Era tal el gozo y el asombro, que no acababan de creer. Y entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Así desaparecen miedos y dudas.
Vosotros sois testigos de esto.
Somos testigos cuando no nos limitamos a repetir cosas aprendidas, y actuamos y hablamos desde la experiencia personal. Somos testigos cuando podemos proclamar con gozo desde el fondo del alma: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 11).