El ángel dijo a las mujeres: Vosotras no temáis. Sé que buscáis a Jesús, el Crucificado. No está aquí; ha resucitado, como había dicho.
Nadie vio cómo Jesús resucitaba. Pero sus discípulos, los de entonces y los de ahora, lo creemos y lo proclamamos. Unos, como los de Emaús, necesitarán experiencias especiales; otros, como Juan, creerán sin haber visto (Jn 20, 8). Nosotros creemos por pura gracia de Dios: dichosos nosotros por creer sin haber visto (Jn 20, 29).
Ha resucitado. Estas dos palabras del ángel a las mujeres son el núcleo de la fe y encierran el sentido más profundo de la vida. Estas dos palabras hacen que lo vivamos todo con ojos nuevos y que lo vivamos todo de manera nueva; cosa desconocida para quienes no creen.
El encuentro con el Resucitado es algo personal e íntimo. El Señor, por su Espíritu, lo lleva a cabo de distinta forma con cada uno. En los Evangelios vemos cómo se encuentra con Magdalena, con los de Emaús, con Tomás… ¿Se ha encontrado conmigo? Lo ha hecho si ya no somos los mismos de antes. Si no lo ha hecho, continuaremos viviendo un cristianismo anodino e irrelevante. Busquemos los medios que nos lleven a esa gloriosa transformación. Porque si lo buscamos y lo pedimos, lo hallaremos y lo obtendremos. Así nos lo aseguró Él.
Vosotras no temáis... Id corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá por delante a Galilea; allí lo veréis.
Es la última vez que dice: No temáis. Y ellas, las mujeres de la resurrección, llenas de miedo y de gozo corren a anunciar la gran noticia. ¡Todos a Galilea! Es allí, en sus polvorientos caminos y en sus pobres aldeas, donde encontramos al Jesús humano, al Jesús hombre.
Que esta noche de resurrección, nos resucite la esperanza. El Papa Francisco nos dice que aunque en el corazón hayamos sepultado la esperanza, no nos rindamos. Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.
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