La curiosidad de los discípulos pide aclaraciones a Jesús. Primero fue Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Luego Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Ahora es el turno de Judas Tadeo: Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?
Nos encantaría que Dios se mostrase a todos como se nos muestra a los creyentes. Sería magnífico; sería algo parecido a la vida de nuestros padres en el paraíso antes del pecado. Es lo mismo que pidieron a Jesús sus parientes: Nadie actúa en secreto cuando quiere ser conocido. Si haces estas cosas, muéstrate al mundo (Jn 7, 4).
Las respuestas de Jesús parecen ambiguas, poco satisfactorias. Hubo una ocasión en que no hubo ambigüedad. Fue cuando Pedro preguntó sobre Juan: Señor, y éste ¿qué? La respuesta fue contundente: ¿A ti qué te importa? Tú, sígueme (Jn 21, 22). Es lo único importante para el cristiano.
El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije.
Los discípulos no deben preocuparse por la ausencia física de Jesús; su Espíritu continuará vivo en ellos. Los que nunca caminamos junto a Él por los caminos de Galilea, no somos menos afortunados que los que lo hicieron. Al contrario: Dichosos los que crean sin haber visto (Jn 20, 29).
El Padre se manifiesta en su Hijo, Jesús de Nazaret. Esta manifestación se convierte en explosión de luz en el corazón humano cuando el Espíritu del Padre y del Hijo así lo decide: El viento sopla donde quiere (Jn 3, 8). Es el Espíritu el que nos guía hasta al verdad completa (Jn 16, 13).
Comments