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08/06/2021 Martes 10 t.o. (Mt 5, 13-16)

Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.

Sal y luz. La sal nos habla de humildad, de discreción, de eficacia; no se deja ver, pero gracias a ella saboreamos los alimentos. La luz nos habla de visibilidad, de alegría, de perspectiva; sin ella no podemos movernos con seguridad.

Sal y luz. Pero sin pasarse. La excesiva sal estropea los alimentos. Como la excesiva luz daña los ojos. No seamos como los Zebedeos al comienzo del discipulado: fervorosos, pero sin discernimiento. Se enfrentaron a quien hacía el bien en nombre de Jesús porque no viene con nosotros. Otro día quisieron exterminar una aldea samaritana porque no les dieron posada (Lc 9, 49 y 54). Mucho fervor y poca discreción deterioran la causa del Evangelio.

Por otra parte, con poco que nos descuidemos a lo largo de la vida, iremos perdiendo sabor y luz. El Papa Francisco nos invita a preguntarnos: ¿Soy luz para los otros? ¿Soy sal para los otros, que da sabor a la vida y la defiende de la corrupción? ¿Estoy agarrado a Jesucristo? El mundo necesita sal y luz, más que sistemas doctrinales o éticos. El mundo necesita esa vida en abundancia que el Señor nos trae y que los creyentes ya hemos comenzado a disfrutar. Así es cómo el Padre es glorificado. Porque la gloria de Dios consiste en que el hombre disfrute de vida en abundancia.

Todos estamos llamados a ser sal y luz. Claro que algunos nos identificaremos mejor con la sal; otros con la luz. Comoquiera que sea, todos debemos actuar como dice San Pablo: Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (1 Cor 10, 31).

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