No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Mateo escribe su Evangelio para cristianos procedentes del judaísmo que profesan una gran veneración por la ley hasta en sus mínimos detalles. Sienten un fuerte rechazo hacia la liberalidad de lo escrito por Marcos y lo predicado por Pablo. De ahí que Mateo se empeñe tanto en hacer ver que Jesús no vino a destruir nada, sino a perfeccionarlo todo.
Es evidente que el cumplimiento minucioso de la ley puede convivir sin problema con un corazón estrecho. La religión judía se movía dentro de los límites de la ley y no se salía de ella. La religión de Jesús desborda la ley porque el amor incondicional la supera. Y la relativiza.
Jesús nos invita a ir más allá de toda norma; a poner a las personas en el centro de la vida para vivir en actitud constante de misericordia: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 36). Pablo, antiguo fariseo, dirá: El que ama al prójimo tiene cumplida la ley (Rm 13, 8). Y también: La ley entera se cumple con un precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal 5, 14).
Por una parte, los mandamientos de Moisés. Por otra, el mandamiento de Jesús. Por una parte, las seis tinajas de Caná: de piedra, duras, frías, vacías. Por otra, el vino: vino nuevo, el mejor de los vinos, que no puede guardarse en odres viejos. Bien lo había profetizado Ezequiel: Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26).
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