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08/06/2025 Pentecostés (Jn 20, 19-23)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 7 jun
  • 2 Min. de lectura

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos

Con las puertas cerradas, con nuestros miedos… Así vivimos instintivamente los humanos. También los cristianos que no hemos conocido esa experiencia de Pentecostés que abre puertas y elimina miedos. Debemos entender que es posible ser piadosos y caritativos, viviendo a la defensiva, con las puertas cerras, encogidos por el miedo. Es posible vivir una vida que es santa, pero ajena al ideal que vive y predica san Pablo: Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? ¿Quién será fiscal de los que Dios eligió? ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? En toda circunstancia vencemos de sobra gracias al que nos amó (Rm 8, 31-37).

 

El relato del día de Pentecostés del libro de los Hechos comenta la reacción de la gente ante aquellos discípulos embriagados por el Espíritu Santo: Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: ¿Qué significa esto? Otros, en cambio, decían riéndose: ¡Están bebidos! Es que el fruto más espectacular de la efusión del Espíritu es la libertad: La gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rm 8, 21).

 

El profeta Zacarías tuvo una visión estupenda del significado eclesial o personal de la efusión del Espíritu. Dice: Corre a decirle a aquel muchacho: Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta. Yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella (Za 2, 8-9). El Espíritu es el maestro de la verdad y de la oración y de la comprensión de la Palabra de Dios. El Espíritu es quien nos saca de nosotros mismos para orientarnos hacia los demás.

 

Tengamos claro que el Espíritu Santo, el mayor de los dones que podemos recibir, es muy fácil de obtener. Así nos dice el mismo Jesús: Si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan! (Lc 11, 13).

 
 
 

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