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08/10/2022 Sábado 27 (Lc 11, 27-28)

¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!

¡Qué entusiasmo el de esta mujer! No tiene reparo en levantar la voz y piropear a Jesús proclamando lo orgullosa que se sentirá su madre. Claro que la mirada de esta mujer se queda en la superficie. No es como la de Isabel que había penetrado muy hondo en la realidad del hijo de María y había proclamado: ¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció (Lc 1, 45).

¡Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!

Si la bienaventuranza de aquella mujer va dirigida solamente a la madre de Jesús, Jesús dirige la suya a todos los que, como María, vivimos pendientes de la Palabra de Dios, que es Jesús, y deseamos que nuestra vida se acomode a Él. La verdadera dicha y la verdadera grandeza, tanto en la mujer como en el varón, se encuentran en la escucha atenta y dócil de la Palabra de Dios. Lo había dicho Jesús en otra ocasión: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 8, 21).

La Palabra de Dios, es decir el Hijo de Dios hecho hombre en el seno de María, tiene poder para gestar en nosotros una nueva vida. Así lo proclama Pablo desde su experiencia personal: Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a si mismo por mí (Gal 2, 20). El fruto del vientre de la mujer hace que sus pechos produzcan leche. La nueva vida engendrada en la fe hace que los creyentes nos convirtamos en fuente de alimento para muchos.

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