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08/11/2021 Lunes 32 (Lc 17, 1-6)

Si tu hermano te ofende siete veces al día, y siete veces vuelve a ti diciendo que se arrepiente, perdónale.

El mejor remedio contra todo mal y contra toda violencia es el perdón. Un perdón que sea gratuito y que no espere ser correspondido. Un perdón que tiene poco que ver con la justicia; ni la justicia del ojo por ojo, ni la justicia en que se amparan distintos tipos de memoria histórica. Un perdón como el expresado en la oración del Crucificado: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).

Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.

Es tal el señorío de Jesús que los discípulos sienten envidia. ¡Ven a Jesús tan seguro en lo que hace! Como cuando dice al leproso: Quiero, queda limpio (Lc 5, 13). ¡Oyen a Jesús tan firme en lo que dice! Como cuando declara: ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). Y ellos, como nosotros, tan penosamente timoratos y cobardes. Pero, ¿dónde encontrar la energía para creer? Porque el abandono propio de la fe es la máxima osadía posible para un ser humano. A pesar de todo, Jesús nos invita a confiar incondicionalmente en Él; sin peros ni reservas. Repetiremos con frecuencia la oración de los discípulos: Auméntanos la fe. Y Él, que se comprometió a darnos lo que pedimos, nos irá moldeando firmes y libres, a su imagen y semejanza.

Si tuvierais fe como una semilla de mostaza…

¿Cómo es que puede dar vida a los muertos y no puede infundir una fe sólida en los discípulos? Es que para que el discípulo disfrute de fe inquebrantable necesita pasar por la experiencia de la cruz. De la cruz a la resurrección, a la nueva vida.

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