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08/12/2022 La Inmaculada Concepción (Lc 1, 26-38)

El sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen prometida a un hombre llamado José, de la familia de David; la virgen se llamaba María.

En medio del Adviento celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María contemplando la escena de la Anunciación; escena de tanta transcendencia y de tanta sencillez. Es el momento en torno al cual gira toda la creación y toda la historia. El enviado de Dios lo sabe y, en sus palabras a María, se hace eco de las profecías del pasado:

Las palabras, alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, nos evocan las de Sofonías: ¡Grita alborozada, Sión, lanza clamores, Israel! (Sof 3, 14). Y las de Zacarías: Festeja y aclama, joven Sión, que yo vengo a habitar en ti (Za 2, 14). La llena de gracia, María, es la mujer siempre abierta a la Palabra de Dios, la sin sombra de mal, la sin mancha.

Las palabras, mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande… parecen brotar de las de Isaías: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (Is 7, 14). Será grande: Las promesas de Dios a María, y a todos nosotros, son asombrosas. Ni María ni nosotros las vemos cumplidas. Pero creemos en ellas, también cuando no comprendamos nada y cuando nos pese mucho la cruz.

Hágase en mí según tu palabra.

El SÍ de María es el sí más inmaculado, el SÍ de la negación total de sí misma. Esta fiesta es la fiesta de ella, de la madre; es también la fiesta de nosotros, los hijos. Porque lo que Dios hizo con ella de manera totalmente gratuita, lo hará con nosotros, ya que Él devuelve la inocencia a quien la ha perdido.

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