08/12/2024 La Inmaculada Concepción (Lc 1, 26-38)
- Angel Santesteban
- 7 dic 2024
- 2 Min. de lectura
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
María quedó desconcertada ante semejante saludo. No entendía que Dios pudiese demostrar tal predilección hacia alguien tan poca cosa como ella. Tampoco entendió lo de concebir sin concurso de varón. Y, aunque se siente muy cómoda con Dios, las palabras del enviado de Dios la sacuden profundamente. Pero como su confianza en Dios está por encima de cualquier duda o incomprensión, dirá que sí: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Estamos ante el momento supremo, ante el epicentro de la historia. En torno a este momento gira el proyecto universal de salvación. Proyecto que alcanza su plenitud en ese embrión que comienza a formarse en el seno de María.
La historia sagrada, la historia de la salvación, es la realidad más rotunda de la historia de la humanidad. Es historia humana: con nombres propios, con geografía precisa, con cronología bien definida. Historia que se abre a la plenitud de los tiempos con el SÍ de María.
La realidad del mal es tan omnipresente, que todos nos vemos atrapados en sus redes aparentemente indestructibles. A esa realidad hemos llamado pecado original. ¿Cuál es el origen de esa realidad? San Pablo se atreve con una explicación de lo más audaz: Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía, para usar con todos ellos de misericordia (Rm 11, 32). ¿A todos? A todos no. María fue liberada de toda rebeldía antes de ser concebida. ¿Por qué razón? Porque, llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de una mujer (Gal 4, 4). María es la primera de los creyentes, y la primera de los redimidos.
La concepción de Jesús, también desde el punto de vista biológico, pone de manifiesto la implacable invasión de Dios que no duda en romper sus habituales esquemas: Porque no hay nada imposible para Dios. Dios decide no someterse a las leyes que Él mismo ha impuesto a la naturaleza. Dios decide ejercer su absoluta soberanía, semejante a la de la creación, cuando lo hizo todo de la nada. Así es cómo la Palabra se hizo carne.
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