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09/03/2022 Miércoles 1º de Cuaresma (Lc 11, 29-32)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 8 mar 2022
  • 2 Min. de lectura

La multitud se aglomeraba y Él se puso a decirles…

A Jesús no le van los baños de multitudes. Ha venido al mundo para salvar a todos, pero no se encuentra cómodo entre muchedumbres. ¿Quizá porque caen fácilmente en deformaciones religiosas y se contentan con manifestaciones superficiales de culto sin llegar a una verdadera adhesión de fe?

Esta generación es malvada: reclama una señal, y no se le concederá más señal que la de Jonás.

Acaba de expulsar a un demonio mudo. La gente se admira, pero algunos le acusan de un pacto con el príncipe de los demonios. Son los fariseos, según Mateo (Mt 12, 24). Ellos, tan piadosos y observantes, se atreven incluso a pedirle una señal del cielo para creer en Él. Quieren una señal contundente que no deje lugar a dudas. No es algo exclusivo de ellos. Todos estamos sujetos al poder de seducción de lo grandioso. Pensamos que si Dios fuese pródigo con señales espectaculares el mundo cambiaría.

El caso es que Dios tiene preparada una señal tan extraordinariamente espectacular que sobrepasa la capacidad de percepción de cualquiera; comenzando por aquella generación perversa de los piadosos y observantes. Lo sucedido a Jonás con el cetáceo es imagen de la muerte y resurrección de Jesús. La aventura de Jonás ilustra también nuestro viaje en el vientre de este mundo hasta ser devueltos a la otra orilla.

¿Quizá también nosotros suspiramos por una señal del cielo que enderece el rumbo de nuestro mundo y de nuestra Iglesia? Puede darse que tampoco nosotros hayamos acabado de aceptar la señal de Jonás; que no acabemos de entender que el fracaso es elemento esencial del camino de quienes seguimos al que murió en una cruz abandonado por casi todos.

 
 
 

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