A algunos que se tenÃan por justos y despreciaban a los demás, les dijo esta parábola.
Antes habÃa dicho a los fariseos: Vosotros sois los que os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones (Lc 16, 15). También las tres parábolas de la misericordia (oveja perdida, moneda perdida e hijo perdido) han sido dirigidas a ellos cuando murmuraban diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos (Lc 15, 2).
Ésta es la oración del fariseo: ¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres… Y ésta la del publicano: ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mÃ, que soy pecador!
El fariseo se cree justo porque cumple fielmente los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Se fÃa de sà mismo y se cree mejor que los demás. Es grande su ego; y el ego humano reclama siempre diferenciarse y distanciarse de los demás. La soberbia es el pecado más necio de los humanos porque, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? Todo, tanto el querer como el hacer, nos es dado (Flp 2, 13). Sin mà no podéis hacer nada (Jn 15, 5).
El publicano se sabe pecador. No se cree mejor que nadie. No se fÃa de sà mismo. Siente su debilidad y su inconsistencia. No le queda otra salida que poner su confianza en la misericordia de Dios.
Comenta el Papa Francisco: La soberbia compromete toda acción buena, vacÃa la oración, aleja de Dios y de los demás. Si Dios prefiere la humildad no es para degradarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser levantados de nuevo a Él, y experimentar asà la misericordia que viene a colmar nuestros vacÃos.