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09/10/2020 Viernes 27 (Lc 11, 15-26)

Estaba expulsando un demonio que era mudo. Cuando salió el demonio, habló el mudo; y la multitud se admiró. Pero algunos decían: Expulsa los demonios con el poder de Belcebú, jefe de los demonios.

Había entonces, también ahora, personas que viven atemorizadas porque ven demonios por todas partes. Un creyente no debe tener ningún miedo al demonio porque no lo tiene Jesús. Son los demonios los que temen a Jesús, como deben temer a todo creyente: los demonios le suplicaban que no les mandara irse al abismo (Lc 8, 31). Santa Teresa dice que temía más a quienes tenían miedo de los demonios, que a los mismos demonios.

Para vivir con esta libertad de espíritu es necesaria una buena sintonía con Jesús. Para esto precisamos una intensa vida interior iluminada por la Palabra de Dios.

La libertad personal se reconquista desde el interior de uno mismo palmo a palmo. El silencio es atmósfera imprescindible para soldar fracturas de personas descoyuntadas entre decisiones y contradicciones. La extraversión hecha hábito hace que dé miedo y vértigo el vacío del silencio y se rebuscan dosis de ruido y acción… Es necesaria la familiaridad con el silencio de la contemplación para alcanzar amor, para ser apóstol capaz de acoger, educar y redimir a las personas (Pedro Arrupe, SJ).

¿Cuánto creo, cuánto vivo, condicionado por el demonio o los demonios? Solo la Verdad, solo el Amor, es digno de fe. Otras realidades, posibles o imaginadas, no son dignas de fe. No vale la pena dejarles espacio en mi existencia. Creamos en la existencia de los demonios como creemos en la existencia de un islote perdido en medio del océano de cuyo nombre no puedo acordarme. Que eso no afecte a mi vida.

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