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09/10/2021 Sábado 27 (Lc 11, 27-28)

Estaba Él diciendo estas cosas cuando alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!

Estas cosas. Los párrafos anteriores nos dicen que Jesús hablaba de demonios. Pero esas cosas no interesan a la mujer; está fascinada con Jesús. Le cautivan la sencillez y la elegancia de su señorío; le seduce la persona de Jesús.

¿No habría sido hermoso que Jesús hubiese agradecido el elogio antes de decir lo que dijo? La mujer sabe bien lo que un hijo significa para una madre.

Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan.

Pensemos más bien que Jesús estableció contacto visual con la mujer. A los ojos acompaña el corazón. Y el reconocimiento. Y la mujer no se siente desairada.

Tampoco se sentiría desairada la madre de Jesús que estaría cerca. Todo lo contrario. Poco antes le había oído decir: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8, 21). Se sabe comprendida y querida por su hijo, aunque no prodigue cariños. Le encantan las palabras de aquella mujer; una voz más para su Magnificat.

Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan.

Por eso es dichosa María. Ella lo sabe y lo vive y lo expresa en el Magnificat. Viéndose a sí misma inmersa en el torbellino del amor gratuito de Dios, su canto es un arrebato de emoción. Su canto, como las palabras de la mujer del Evangelio, es un hermoso modelo de oración y de vida; de cómo comunicarnos con Dios sintiéndonos gozosos portavoces de toda la creación y de toda la humanidad.

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