09/10/2025 Jueves 27 (Lc 11, 5-13)
- Angel Santesteban

- 8 oct
- 2 Min. de lectura
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra?
Es una variación de la preciosa melodía que ayer iniciaba Jesús con la palabra Padre. Dios-Padre no ha enviado a Jesús, Dios-Hijo, solamente para darnos a conocer a Dios, sino también para hacer de nosotros hijos de Dios. Es una realidad que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión: ¿verdaderos hijos de Dios?
Así se lo dijo el mismo Jesús a María Magdalena: Vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre (Jn 20,17). Así lo dice Pablo: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley y nosotros recibiéramos la condición de hijos (Gál 4,4-5).
Pero, ¿en qué consiste esta nueva condición de hijos? San Juan dice: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado todavía lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es (1 Jn 3,2).
El mismo Juan, en el prólogo de su Evangelio, habla de una nueva capacidad, a la que se accede por un nuevo nacimiento: A cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios. Éstos no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios (Jn 1,12-13).
La evolución final de lo que ahora somos de forma inicial, consistirá en que seremos semejantes a Dios. Viviremos la misma vida de Dios porque el Padre ha impreso en nosotros la imagen de su Hijo de modo que fuera Él el primogénito de muchos hermanos (Rm 8, 29).
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