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09/11/2021 Dedicación de la Basílica de Letrán (Jn 2, 13-22)

Destruid este templo y en tres días lo levantaré… Él hablaba del templo de su cuerpo.

No podían entenderle. ¡Es algo tan radicalmente distinto a lo que el templo significaba para ellos! También para Jesús el templo es el sitio de la presencia de Dios, pero esa presencia se da en primer lugar en la persona humana, en toda persona humana, comenzando por la persona de Jesús.

Es significativo que los sinópticos sitúen este relato de la purificación del templo al final de la vida pública de Jesús, el día de su entrada mesiánica en Jerusalén, y que Juan lo sitúe al comienzo de la vida pública justo después de las bodas de Caná. Juan quiere dejar claro desde el principio de su Evangelio la radical oposición de Jesús al templo. No se trata solamente de una purificación; se trata de una solemne declaración de que el templo queda vacío, como las tinajas de piedra de Caná. Ahora el templo carece de sentido. En su encuentro con la Samaritana Jesús dirá: Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4, 23).

El Jesús de Juan, más que atacar unos abusos económicos amparados en la religión, ataca una religiosidad de sabor mercantil: la de quienes intentan comprar el favor divino con sacrificios. Es una religiosidad que, al no haber sido tocada por el Evangelio, no sabe de gratuidad.

Decía el profeta: Aquel día ya no habrá mercaderes en el templo del Señor Todopoderoso (Zak 14, 21). Jesús ha venido a mostrar otro rostro de Dios, el de aquel que en lugar de exigir el sacrificio de las ovejas, ha venido a dar su vida por las ovejas.

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