09/11/2023 Dedicación de la Basílica de Letrán (Jn 2, 13-22)
- Angel Santesteban
- 8 nov 2023
- 2 Min. de lectura
Quitad eso de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.
Los judíos tenían bien definida la línea divisoria entre lo sagrado y lo profano. Era una línea válida para todo: tiempos, espacios, personas… Los comportamientos eran muy distintos a uno u otro lado de esa línea. Algunos profetas ya habían anunciado la desaparición de esa línea con la llegada de los tiempos mesiánicos: Todos los calderos de Jerusalén y Judá estarán consagrados al Señor. Los que vengan a ofrecer sacrificios los usarán para guisar en ellos. Y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor Todopoderoso aquel día (Zac 14, 21).
Jesús borra líneas divisorias. Así se lo dice a la Samaritana: Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre. Llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y de verdad (Jn 4, 21-23). El culto en espíritu y verdad; el culto desinteresado de la alabanza y de la gratitud, sin intereses personales. Jesús lo sacraliza todo, comenzando por lo más profano: se siente más cómodo entre profanos que entre consagrados.
Nos cuesta asimilar que todo tiempo y lugar y persona sean sagrados y consagrados. Dice el papa Francisco: Cristo es precisamente el lugar de la cita universal entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo en el que Dios se revela, habla, se lo puede encontrar. Y los verdaderos adoradores de Dios no son los custodios del templo material, los detentadores del poder o del saber religioso, sino los que adoran a Dios en espíritu y verdad.
Comentarios