¿Con qué compararé a esta generación? Son como niños sentados en la plaza que gritan a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no habéis hecho duelo.
Como los niños sentados en la plaza. O como los empleados que esperan el regreso del amo con el dinero bajo tierra. El sedentarismo espiritual no encaja en el Evangelio, aunque se trate de personas de ley y orden. Porque suelen tener horizontes estrechos; porque suelen absolutizar el pasado; porque suelen recelar de toda novedad; porque suelen ser negativos ante la coyuntura actual eclesial o social. Repudian al Bautista por su austeridad y reprochan a Jesús el que coma con pecadores. Son como niños consentidos, nunca contentos. Dice el Papa Francisco que hay muchos cristianos insatisfechos, que no consiguen entender el centro de la revelación del Evangelio… No son felices; se quejan y viven tristes.
La sociedad no reacciona ante el Bautista y su adusta religiosidad de funeral; tampoco ante Jesús y su alegre religiosidad de boda. Pero lo más lamentable es que hay cristianos que no compartimos los sentimientos de Jesús y preferimos vivir una religiosidad más cercana a la del Bautista.
Acabamos de celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Ella, la siempre abierta y disponible al mensaje de Dios; ella la nunca contaminada por su propio ego. Tratemos de hacer nuestra su sabiduría; es la sabiduría del Espíritu. Una sabiduría que acepta la realidad tal cual es y no como me gustaría que fuera. Aunque todo lo que sucede está envuelto en aparentes casualidades y contradicciones, todo debe ser recibido como don y nada debe ser rechazado. Para eso, todo debe ser rumiado, como hacía María, en el silencio del corazón.
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