09/12/2024 Lunes 2º de Adviento (Lc 5, 17-26)
- Angel Santesteban
- 8 dic 2024
- 2 Min. de lectura
Viendo la fe de ellos, dijo al paralítico: Hombre, tus pecados te son perdonados.
Toda desgracia era considerada un castigo por los pecados cometidos por la persona que la padecía o por sus progenitores. Recordemos la pregunta de los discípulos ante el ciego de nacimiento: Rabí, ¿quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres? Y Jesús: Ni él ni sus padres (Jn 9, 2-3). Hoy, ante el paralítico, Jesús tiene en cuenta esta creencia general de la gente, y comienza la curación del paralítico por lo interior.
Los escribas y fariseos empezaron a pensar: ¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?
Escribas y fariseos, piadosos y expertos en asuntos religiosos, no pueden aceptar la autoridad que Jesús se atribuye de perdonar pecados. No es por mala voluntad. Es que lo de Jesús desborda todo lo que el hombre podría esperar de Dios. También nosotros adolecemos de esa misma incapacidad; nos cuesta abrazar sin reparos la grandiosidad de la Buena Noticia: la gratuidad y la universalidad de la salvación que Jesús trae a todos, comenzando por los más perdidos: El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
Levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios.
Es todo un programa de vida. Primero, levantarme: siendo yo mismo y teniendo clara mi identidad a partir de la experiencia del encuentro con Jesús. Segundo, tomar mi camilla: conservando en el corazón las cicatrices de mis miserias pasadas para vivir en constante agradecimiento al Señor; y para poder ayudar a quienes continúan postrados en sus camillas. Finalmente, glorificar a Dios: viviendo, como María, en un permanente Magnificat.
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