10/01/2025 Viernes después de Epifanía (Lc 4, 14-22)
- Angel Santesteban
- 9 ene
- 2 Min. de lectura
Jesús, con la fuerza del Espíritu, volvió a Galilea.
Es siempre el Espíritu quien dirige todo movimiento de Jesús. ¿Cómo así? Sin duda, esto tiene que ver con lo que Jesús acostumbraba a hacer todas las mañanas muy temprano: Al hacerse de día salió y se fue a un lugar solitario; él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba (Lc 4, 42; 5, 16).
Y Él se puso a decirles: Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.
Jesús acaba de leer unas frases del profeta Isaías (61, 1-2). No ha tenido escrúpulos para suprimir una línea con poco sabor a Buena Noticia. Es la línea donde se habla del día de venganza de nuestro Dios (Is 61, 2).
Después de la lectura, es de suponer que habría habido unos segundos de silencio por parte de Jesús; segundos de expectación por parte de la gente.
La fuente de inspiración de lo que Jesús vive y dice es la Escritura. En ningún momento prescinde de ella para seguir otros derroteros. Jesús lleva la Escritura en su corazón y la tiene continuamente en sus labios, como vemos en tantas páginas del Evangelio.
No es de extrañar que Jesús insista tanto en la importancia de la Palabra en la vida de su seguidor. A nivel personal y a nivel comunitario.
Porque la oración no consiste tanto en entrar en mí, sino en salir de mí. Por eso el punto de partida de mi oración no serán tanto mis vivencias, sino la Escritura.
La Biblia, leída en comunidad, tiene un papel insustituible en la comunicación de la fe y fortalece los lazos de hermandad.
Que la Escritura nos acompañe y nos inspire en todo momento. Como a Jesús.
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