12/04/2025 Sábado 5º (Jn 11, 45-57)
- Angel Santesteban
- 11 abr
- 2 Min. de lectura
Muchos judíos que habían ido a visitar a María y vieron lo que hizo creyeron en Él.
¿Qué es lo que vieron? A Lázaro resucitado. El milagro provocó en unos la fe y en otros la incredulidad. La fe milagrera suele ser entusiasta. Quienes creyeron en Betania, acompañarán luego a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén: La gente que había asistido cuando llamó a Lázaro y lo resucitó de la muerte contaba el hecho (Jn 12, 17).
Pero la fe milagrera suele ser superficial; hoy grita HOSANA, y mañana CRUCIFÍCALE. Jesús no confía en la fe de quien no sale de la multitud: Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos (Jn 2, 24).
No entendéis nada. ¿No veis que es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que muera toda la nación?
Es Caifás, máxima autoridad religiosa aquel año. Habla convencido de hacerlo desde su excelsa inteligencia. Es el típico insensato que piensa que la autoridad le exime de ser humilde. No se da cuenta de que el Espíritu ha hecho con él lo que hizo con la burra de Balaán (Nm 22, 28): un instrumento para proclamar solemnemente que Jesús muere por el pueblo.
Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se marchó a una región próxima al desierto.
No lo hace por miedo. Lo hace, como al principio de su vida pública, para prepararse para la HORA; el gran momento de ser elevado de la tierra y atraer a todos a Él (Jn 12, 32). Sigamos su ejemplo y creemos estos próximos días espacios a los que retirarnos para sumergirnos en el amor de Dios llevado hasta el extremo de la cruz: Tanto amó Dios al mundo (Jn 3, 16).
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