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10/04/2025 Jueves 5º de Cuaresma (Jn 8, 51-59)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 9 abr
  • 2 Min. de lectura

Os aseguro que quien cumpla mi palabra no sufrirá jamás la muerte.

Los judíos se escandalizan: Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado… ¿Por quién te tienes? Pero Jesús no piensa en la muerte física. Jesús entiende la muerte de forma muy distinta a como la entendemos nosotros. Los muertos no mueren, ni siquiera durante una etapa transitoria, como pensaba Marta: Sé que resucitará en la resurrección del último día (Jn 11, 24). Los muertos siguen viviendo ininterrumpidamente. La vida recibida es vida eterna; no hay que esperar a la muerte para llamarla eterna. Quienes creemos en Jesús estamos llamados a vivir la muerte como el acto supremo de fe y de abandono en los brazos de Abbá. Un autor actual escribe: Mirar con serenidad la muerte, afianzados en la certeza de ir hacia Cristo, es la flor más bella de la existencia cristiana. La muerte representa el último acto de abandono total en las manos del Padre, a ojos cerrados.

Vosotros decís: Él es nuestro Dios, y sin embargo no le conocéis.

Sus oyentes están convencidos de conocer bien a Dios; por algo son los dirigentes del pueblo de Dios. Pero su conocimiento de Dios es más ciencia que vida. Cuando el verdadero conocimiento de Dios debe consistir, ante todo, en la oración vivida como trato de amistad que nace y gira en torno a la Palabra de Dios. No conocer cordialmente las Escrituras, es no conocer cordialmente a Jesús. Y si no conozco cordialmente a Jesús, no conozco a Dios. Podría ser que dedicase muchas horas a la oración, pero no sería oración cristiana.

Ante estos hombres enfrentados a Jesús, me pregunto si mi oración es un trato de amistad con el Jesús realmente presente en las Escrituras.

 
 
 

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