Le llevaron un hombre sordo y tartamudo y le suplicaban que impusiera las manos sobre él.
Es una persona inhabilitada para la comunicación. No puede oír, no puede escuchar. Vive en su mundo, apartado anímicamente de los demás. Pero, a pesar de su indigencia interior, este hombre permite que otros le acerquen a Jesús. ¿No sufrimos nosotros carencias parecidas? A veces por los ruidos de fuera que nos aturden e nos incapacitan para la escucha. A veces es nuestra obsesiva autoreferencialidad, la que nos tapona los oídos.
Lo tomó, lo apartó de la gente y, a solas, le metió los dedos en los oídos; después le tocó la lengua con saliva.
Eso mismo conviene que hagamos nosotros regularmente: retirarnos aparte, a solas con Él, lejos de la gente. Así recuperamos la comunicación fluida con el Señor y con los prójimos. Es curioso: normalmente cura con sola su palabra, ¿por qué tanto ceremonial ahora? ¿Será que el don de la comunicación es más delicado y dificultoso?
Levantó la vista al cielo, suspiró y le dijo: Effatá, que significa ábrete.
Effatá. Es la palabra clave de todo el relato. Ábrete: abre tus puertas, derriba tus murallas, despójate de tus mecanismos de defensa. Como dice Juan de la Cruz: Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón.
El Papa Francisco comenta: Una enseñanza que sacamos de este episodio es que Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta comunicación con el hombre, Dios se hace hombre.
Comments