No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos.
Jesús no se cansa de repetir lo de NO TENGÁIS MIEDO. ¿Qué es lo que no hemos de temer? ¿A quién no hemos de temer?
Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en pensamientos, palabras y obras. La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo (Papa Francisco).
No hemos de temer nada y no hemos de temer a nadie. Jesús, en su insistencia, recurre a imágenes entrañables. Nos habla de gorriones, para decirnos que valemos mucho más que ellos. Nos habla de los cabellos de la cabeza para decirnos que ni uno solo cae sin permiso de Abbá.
Jesús aspira y suspira porque creamos en Él con confianza ilimitada. Que solamente Él sea nuestra seguridad más absoluta. Que no hagamos depender nuestra fe de los resultados que podemos constatar. Que tengamos una actitud semejante a la de Pablo: La ley es espiritual, de acuerdo; pero yo soy un hombre de carne y hueso, vendido como esclavo al poder del pecado. Lo que realizo no lo entiendo, pues lo que yo quiero no lo hago y, en cambio, lo que detesto eso hago (Rm 7, 14-15).
El terreno seco y árido de la propia miseria es el mejor lugar para cultivar la fe. Echemos mano de la oración del leproso: Si quieres, puedes limpiarme. Confianza total; junto con total disponibilidad.
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