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10/08/2021 San Lorenzo (Jn 12, 24-26)

Os aseguro que si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

Ante el miedo a perder, solemos optar por cerrarnos y parapetarnos; como el tercero de los siervos de la parábola de los talentos: Como tenía miedo, enterré tu bolsa de oro; aquí tienes lo tuyo (Mt 25, 25). Así es cómo nos instalamos en una vida libre de sobresaltos, pero absolutamente ajena a la plenitud del gozo que encuentra quien, como la mamá con su bebé, se entrega sin reservas.

¿Por qué traemos a colación estas palabras de Jesús en esta celebración de un mártir? ¿Las diría Jesús pensando en el momento puntual del martirio? Seguramente no. En el caso de Jesús, la muerte del grano de trigo fue algo que se prolongó a lo largo de toda su vida, como si de una interminable enfermedad se tratase. De hecho, la suya fue la eterna enfermedad del amor. Cuando el soldado le atravesó el corazón con la lanza, solamente dispuso de unas pocas gotas de sangre; todas las demás las había derrochado a lo largo de su vida.

El mártir san Lorenzo siguió el ejemplo del Maestro. El Papa Francisco escribe: Su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo le llevó a una solicitud muy fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.

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