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10/08/2022 San Lorenzo (Jn 12, 24-26)

Os aseguro que si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

Unos griegos querían conocer a Jesús, apenas llegado a Jerusalén. Se acercan a Felipe y éste, con la ayuda de Andrés, hace las presentaciones. Ante aquellos griegos que representan lo más elevado de la cultura humana, Jesús presenta su propia cultura. Lo hace, como suele, con una parábola poco pretenciosa. Esta vez se trata de un grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto. Pablo, buen conocedor de la cultura griega, escribe: Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles (1 Cor 1, 22-23).

Nada sucede cuando el grano de trigo permanece duro, cerrado en sí mismo. Pero cuando, hundido bajo tierra, se rompe y se abre, entonces aparece un brote que dará fruto. El Papa Francisco dice que Jesús se ha hecho pequeño como un grano de trigo. Ha dejado su gloria celeste para venir entre nosotros. Ha caído en la tierra. Pero todavía no era suficiente. Para dar fruto Jesús ha vivido el amor hasta el fondo, dejándose romper por la muerte como una semilla se deja romper bajo tierra.

La vida de quien vive para sí mismo no da fruto, queda infecunda. Claro está que cuando nos abrimos al amor nos hacemos vulnerables. Como está claro que el amor a los otros incluye sufrimiento. Como está claro también que las piedras no saben de amor. El seguimiento de Jesús implica sufrir con Él cargando con la propia cruz, muriendo a nosotros mismos y entregándonos a los demás como Él lo hizo: hasta el extremo.

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