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10/10/2020 Sábado 27 (Lc 11, 27-28)

Estaba Él diciendo estas cosas cuando alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!

Estaba diciendo estas cosas. ¿Qué cosas? No lo sabemos. Posiblemente hablaba de lo que precede a este episodio: del final del poder del mal, del demonio y del pecado. Si queremos confirmarlo preguntándoselo a aquella mujer, probablemente ella no sería capaz de hacerlo, porque su atención estaba más en la persona de Jesús que en sus palabras. Quiere decirle algo hermoso que le llegue al corazón. Y no se le ocurre otra cosa que piropear a su madre por tener semejante hijo; y quiere que todo el mundo se entere.

Las palabras de esta mujer nos recuerdan las de Isabel. Aunque la razón que da Isabel es distinta; proclama dichosa a María no por su maternidad, sino por su fe. También Jesús:

Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan.

Esta dicha está al alcance de todos, porque todos estamos invitados a escuchar la Palabra y guardarla. María constituye para la comunidad cristiana un icono vivo de lo que significa ser oyente de la Palabra. Por su familiaridad con ella, su escucha atenta y radical disposición para ponerse a su servicio, abriéndose con confianza a su misterio, María es paradigma de fe y discipulado para la Iglesia. Ella es maestra y pedagoga en el arte de rumiarla y hacerla vida (Papa Francisco).

Jesús no rechaza el piropo de aquella mujer, pero lo corrige. Nosotros hacemos nuestro, tanto el requiebro de la mujer como la corrección de Jesús, cuando rezamos el Avemaría.

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