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10/11/2021 San León Magno (Lc 17, 11-19)

¿No se sanaron los diez? ¿Y lo otros nueve dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?

¿No se sanaron los diez? Los diez sanaron. En verdad, todos sanamos, porque a todos nos alcanza la salvación, ya que el Padre quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). Como lo puede, si lo quiere lo consigue, aunque no entendamos cómo: el Padre es principio de todo y fin nuestro (1 Cor 6, 8).

¿Y los otros nueve dónde están? Están cumpliendo la orden recibida: Id y presentaos a los sacerdotes. Los nueve, buenos judíos ellos, están habituados al cumplimiento escrupuloso de la ley. No les parece bien que uno desobedezca y se vuelva atrás para dar gracias. Eso no está escrito en los libros de la ley. Claro que todo queda claro para ellos cuando se dan cuenta de que se trata de un pobre samaritano, un incompetente en cosas de religión. La decisión correcta, no faltaba más, es la suya.

¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Le duele a Jesús el legalismo, la falta de sensibilidad de los nueve que no han vuelto. Podían haber postergado unos momentos su presentación a los sacerdotes. El rigor de la ley sofoca el aliento del Espíritu. Sin embargo, el aliento del Espíritu no sofoca la ley; al contrario, le pone alma. Lo nuestro, lo de quienes por la fe nos sabemos salvados, es comportarnos, un día sí y otro también, como el leproso samaritano; vivir, como María de Nazaret, en un ininterrumpido Magnificat. Alabar y agradecer es lo primero para quienes, por fe, entendemos un poco de qué va la cosa.

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