La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Todo esto sucede en el día sagrado del sábado. Jesús cura a la suegra de Simón y ella se pone a servirles. En la casa de Simón, que es la casa de su suegra, se respiran los nuevos aires del nuevo culto: los aires del espíritu y de la verdad, sin servidumbres legalistas. Las personas son más importantes que las normas. Años más tarde san Pablo nos dirá que Simón sigue su vocación en compañía de su mujer (1 Cor 9, 5).
Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios.
La contemplación de Jesús a lo largo de las páginas de los Evangelios tiene que despertar en nosotros el interés por los que peor lo están pasando; con entrega y sin exhibicionismos.
Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: Todos te buscan.
Jesús no tiene tiempo para aburrirse. Su jornada está hecha de orar, de enseñar, de curar, de expulsar demonios. Siempre solícito ante las necesidades de la gente. Un cristiano que no sabe qué hacer con su vida o que está demasiado ocupado consigo mismo, no es verdadero seguidor de Jesús.
Él les dice: Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.
Jesús nunca permite ser monopolizado. Ni por los de su pueblo ni por los de su Iglesia. Lo suyo es universal. Si sus discípulos le han dicho que todos te buscan, la verdad es que es Él quien busca a todos.
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