En aquellos días se reunió otra vez mucha gente y no tenían qué comer.
Otra vez. Poco antes había dado de comer a cinco mil hombres con solo cinco panes y dos peces (cap. 6, 37-44). Pero los discípulos no han aprendido la lección. Jesús repite el milagro; esta vez en territorio pagano, a la otra orilla del lago. Ahora come todo el mundo, la humanidad entera, no solo los hijos de Israel. La pregunta que hace a los discípulos es exactamente la misma que en la primera ocasión: ¿Cuántos panes tenéis? Si antes disponían de cinco panes, hoy disponen de siete, Pero, naturalmente, continúan convencidos de que lo único que se puede hacer es despedir a la gente y que cada uno solucione sus problemas. Y Jesús repite la lección de que la solución está en el compartir.
¿Habrán aprendido la lección? ¿La hemos aprendido nosotros? Podremos llegar a descorazonarnos ante las necesidades de nuestro mundo. Podremos desanimarnos ante lo poco que tenemos. Y Jesús nos anima a poner los ojos en lo mucho que tenemos sin ser conscientes de ello. A base de fe, de confianza y de entrega, con poco podremos hacer mucho.
La gente comió hasta quedar satisfecha y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil.
El relato puede leerse en clave de parábola. La salvación, la vida en abundancia que nos trae Jesús, es para toda la humanidad tan necesitada de salvación. Entendemos el sentido parabólico del relato contemplando a Jesús que toma los siete panes, que da gracias, que los parte, y que los da a sus discípulos para que los sirvan. Contemplando también a los discípulos que, acabada su ración, vuelven una y otra vez a Jesús a por más.
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