Había un funcionario real… Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo que estaba a punto de morir.
Los sinópticos no hablan de un funcionario real, sino de un centurión romano. Juan no nos presenta a un pagano, sino a un herodiano: un judío helenizado que ocupa un cargo en la administración del rey Herodes.
La diferencia más notable entre los relatos sinópticos y el de Juan está en la fe de los protagonistas. Mientras el centurión pagano no ve necesaria la presencia física de Jesús, el funcionario judío apremia a Jesús: Le rogaba que bajase a curar a su hijo porque estaba a punto de morir. Cree que Jesús puede curar a su hijo, pero no que pueda hacerlo a distancia. Jesús, un tanto molesto, le hace ver la insuficiencia de su fe: Si no veis signos y prodigios, no creéis. Y decide comenzar por agrandar la fe de aquel padre: Vete, que tu hijo vive. Y el hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Ponerse en camino: bella definición de la fe.
El Evangelio de hoy concluye así: Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea. El primer fue el del vino de Caná. Con aquel primer signo manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos (Jn 2, 11). Un signo es una realidad que remite a otra realidad superior. Juan lo dice así al final de su Evangelio: Estos signos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre (Jn 20, 31).