San Benito (480-547), padre de la vida monástica en occidente, fue declarado patrón de Europa por el Papa Pablo VI el año 1964.
Pedro dijo a Jesús: Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?
Pedro y sus compañeros habían quedado perplejos ante la triste marcha de aquel joven rico que tanto prometía, pero que claudicó ante el embrujo de sus riquezas. La reacción de Pedro es típica en su espontaneidad e ingenuidad; y en su egoísmo. Es una reacción que agradecemos porque nos vemos todos retratados en ella.
San Benito, cuya fiesta celebramos, a partir de estas palabras de Pedro pide olvido propio a quien aspira a seguir a Jesús. En su famosa Regla de vida escribe: No anteponer nada al amor de Cristo. Esto no es solo para benedictinos y personas que han abrazado la vida religiosa; es para todo cristiano. Tampoco es algo que se reduce a los bienes materiales; se extiende a todo, también a los afectos.
¿Demasiada renuncia? No demasiada; imposible renuncia para quien no ha descubierto el tesoro escondido; pero muy sencilla para quien lo ha descubierto. Como Pablo: Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp 3, 7-8).
Jesús promete cumplimentar con creces todos los sueños de Pedro: recibiréis cien veces más y la vida eterna. Pedro irá descubriendo el significado de la promesa de Jesús: Nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina (1 P 1, 4).
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