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11/09/2021 Sábado 23 (Lc 6, 43-49)

No se cosechan higos de las zarzas ni se vendimian uvas de los espinos.

Donde prospera la zarza del egoísmo no se dan buenos frutos. El mundo y las cosas cambian cuando yo cambio. Una pobre realidad personal, familiar o comunitaria, vista y vivida desde uno mismo, produce frutos de amargura y negatividad; lo vemos, por ejemplo, en el Qohelet. Esa misma pobre realidad, vista y vivida con los ojos de la fe, produce frutos de humildad y alabanza; lo vemos, por ejemplo, en el Magnificat de María. Las posturas pesimistas son típicas del espíritu fariseo; de quienes no han aprendido a convivir con la cizaña, y funcionan más con la razón que con la fe.

Muchas de nuestras enseñanzas morales y ascéticas han estado al servicio del individualismo, sin tener en cuenta a los demás. Es una manera triste de cultivar árboles estériles. Somos árboles buenos y fecundos cuando vivimos comprometidos con los prójimos más que con nosotros mismos.

El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo.

El mundo y las cosas cambian cuando cambia el corazón, cuando adopto actitudes distintas. Pablo es un ejemplo. Primero lucha exasperadamente contra sus miserias. Luego, cuando el Señor le dice que tranquilo, que su gracia le basta, pasa a gloriarse de sus flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9).

A veces nos sentimos impotentes ante circunstancias adversas personales o de convivencia. La verdad es que siempre podemos hacer algo; siempre podemos hacer mucho más de lo que imaginamos: Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Desplázate de aquí allá, y se desplazará, y nada os será imposible (Mt 17, 20).

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