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11/10/2020 Domingo 28 (Mt 22, 1-14)

El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo.

Es rey representa a Dios, el hijo a Jesús, los primeros invitados al pueblo judío y los invitados segundos a todos nosotros.

El Reino de los Cielos lo es todo. Todo lo que existe, visible e invisible, es Reino de los Cielos. A Jesús, que quiere explicarnos en qué consiste este Reino, no se le ocurre mejor comparación que la de un banquete de bodas. Si lo miramos todo desde Dios, si somos místicos, así lo veremos y viviremos; si lo miramos todo desde el hombre, si somos ascéticos, lo veremos todo como algo más parecido a un funeral que a un banquete de bodas. La parábola nos dice, entre otras cosas, que Dios no queda satisfecho con que cumplamos nuestras obligaciones; nos quiere felices. Banquete es sinónimo de bienestar y alegría.

No podemos imaginar lo que Dios nos tiene preparado. Quienes hemos sido agraciados con el don de la fe tenemos alguna vaga idea del banquete; incluso, hasta cierto punto, lo disfrutamos en esta vida. Pero quienes no han sido agraciados con el don de la fe no saben nada de esto. No saben por ahora, porque más adelante…

Id a los cruces de los caminos y a cuantos encontréis, invitadlos a la boda… Y la sala se llenó de comensales, malos y buenos.

La versión de Lucas es más fuerte: Obliga a entrar hasta que se llene mi casa (Lc 14, 23). Obliga. El rey está empeñado en que la boda de su hijo (la Encarnación), sea una fiesta para todos. Así describe San Pablo esta fiesta, absolutamente gratuita y absolutamente universal: En Él decidió Dios que residiera la plenitud; que por medio de Él todo fuera reconciliado consigo, haciendo las paces por la sangre de la cruz entre las criaturas de la tierra y las del cielo (Col 1, 20).

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