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11/10/2021 Lunes 28 (Lc 11, 29-32)

Esta generación es malvada; reclama una señal, y no se le concederá más señal que la de Jonás.

Jesús se exaspera ante la obstinada oposición de los dirigentes judíos. Le piden una señal para creer en Él, cuando acaban de ser testigos de la sanación del endemoniado mudo; dicen que lo ha hecho en connivencia con Belcebú, jefe de los demonios (Lc 11, 15). Quieren una señal espectacular que no deje lugar a dudas. Es lo mismo que el diablo sugirió a Jesús en el desierto; lo mismo que los sumos sacerdotes pedirán al pie de la cruz: Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos (Mc 15, 32). No se les va a complacer porque no es ese el estilo de Dios. Dios lleva a cabo sus obras más extraordinarias, como la Encarnación, de la manera más humilde: Esto os servirá de señal, encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2, 12). Dios no gusta de fanfarrias.

Los milagros no engendran fe; la suponen. Desde la fe descubrimos la acción de Dios en lo cotidiano y lo sencillo. Desde la fe descubrimos que Jonás fue una imagen profética de Jesús muerto, sepultado y resucitado. Desde la fe vemos lo personal y lo universal como lo ve Dios.

Los dirigentes judíos, sumos sacerdotes, fariseos y escribas, son declarados ciegos. El legalismo les deslumbra; no son capaces de creer en la misericordia, ni son capaces de creer en Jesús. Es una ceguera presente también hoy entre cristianos; crea autosuficiencia y crea impermeabilidad a la gratuidad. Es una ceguera difícilmente reversible; es la más refinada de las riquezas: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! (Lc 18, 24).

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