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11/10/2022 Martes 28 (Lc 11, 37-41)

El fariseo se extrañó que no se lavase las manos antes de comer.

Por cosas como ésta, los fariseos tenían a Jesús por un peligroso revolucionario; no respetaba las venerables costumbres de la santa religión.

Así sois vosotros, fariseos. Purificáis el exterior de copas y platos, pero vuestro interior está lleno de rapiñas y perversidades. ¡Insensatos! ¿El que hizo lo exterior no hizo también lo interior?

Ante el pecado de la carne Jesús se muestra siempre compasivo y misericordioso. Ante el pecado del espíritu se muestra siempre intolerante; tanto que no le importa herir la sensibilidad del fariseo que la ha invitado a comer.

El pecado del espíritu, la soberbia, comienza por lo exterior, por las apariencias; se muestra autosuficiente ante los demás. Pero, en su dimensión más profunda y más antievangélica, el pecado del espíritu se muestra autosuficiente también ante Dios. Es el pecado fariseo, es el pecado contra el Espíritu Santo, es la posesión diabólica que se adueña de las personas piadosas cuando se creen capaces de salvarse a sí mismas con su propio esfuerzo; a lo más recurren a Dios para que les ayude. No han asumido las palabras de Jesús: Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5).

Pero, según vosotros, basta dar limosna sin reformar lo interior y todo está limpio.

La verdadera limosna es la que se da desde la riqueza interior que posee quien sabe de humildad. Santa Teresa escribe que: mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad… A mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios. Mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes.

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